Por: Samuel Padilla
A España la llaman la “piel de toro”, pero es de un toro pequeño, dejémoslo en novillo, porque es muy pequeña. No es grande como nos lo muestran en los mapas, donde figura como lo que en su pasado fue, el imperio donde no se ocultaba el sol. Es pequeña, pero cómo en las casas pequeñas tiene millones de rincones, recovecos, donde te puedes encontrar con grandes sorpresas. Una de ellas son los valles extremeños de La Serena, El Jerte y la Vera, valles donde cuenta la leyenda que un Zar ruso huyendo del frío gélido fue a parar a esas tierras, trajo consigo a una triste Zarina consumida por estar lejos de su patria. El Zar quiso animarla y mandó plantar miles de cerezos para que una vez al año se tiñera de blanco el valle. En primavera su esplendor es tal, que aunque no nos lo creamos, Extremadura también esconde un pequeño Kioto.
Si nos adentramos en estos parajes llegamos a Tornavacas, donde hemos encontrado un oficio que nos ha llamado la atención. Hablamos de la esquila de las ánimas benditas.
“Animas benditas que en el purgatorio estáis, por la misericordia de Dios, alivio y descanso tengáis”
Se trata de una tradición exclusivamente de mujeres que se remonta a 1840. Iniciada por Ramona Recio, que pertenecía a la Cofradía de las Ánimas. Se trata de un ritual que las mujeres de esta localidad realizan todos los días. Camina diariamente por las calles del pueblo, donde el clima extremeño no impide que la esquila suene, llueva, nieve o haga calor, la “esquila”, suena. La esquila es la forma con la que denominan en esa región a una campana, o cencerro. Cuando las otras mujeres la escuchan salen a su paso y se santiguan.
Entre ellas se organizan por turnos de semanas para realizar este ritual, que hacen solas, sin que las acompañe ningún cura o religioso. Ya solo quedan dos que mantienen viva esta tradición. Una de las leyendas de Tornavaca dice que una vez ninguna mujer tocó la esquila y que esta sonó sola.
Mas haya del contexto cristiano en el que se realiza este ritual, nos gustaría subrayar, como, son las mujeres, de nuevo, las que mantienen viva la tradición, las que velan en vida física por los cuerpos, y a estos cuando ya no lo son más.
Entre ellas se reúnen también para preparar sus deliciosos buñuelos de las ánimas, cocinados a fuego de leña y en sartenes que guardan entre el forjado de su hierro, las historias que se cuentan entre ellas, historias de ánimas que estuvieron y ahora no está.
Solo quedan dos, después la campana tendrá que volver a sonar sola, para recordar las ánimas que decidan viajar y que esperemos que al Cielo puedan llegar.
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